Un jardín, un rosal, una rosa, una pregunta

¿De qué tamaño es tu casa?

A mis fieles lectores,

Este es un poco más largo y es un cuento.

Después de varios minutos disociado de la realidad, donde Edmundo no sólo contempló la inmortalidad del cangrejo sino que dió alguna vuelta más a ese asunto específico, volvió a hacer lo que tenía que hacer. Se le acababa el tiempo, darse ese tipo de lujos, esos espacios de 0% de productividad podían afectar seriamente en su rutina ya que atrasaban las entregas y los pendientes a realizar, ser estudiante y trabajar al mismo tiempo era más complejo de lo que sonaba. El problema en específico era que eran ventanas con un tiempo indefinido y variable, podía perderse en su cabeza 1 minuto y volver a la realidad, pero también podía distraerse de tal manera que podría perder más de 30 minutos. En un mundo donde la agenda es tan apretada el tiempo es oro. Tiempo ocupado es igual a tiempo libre porque una vez acabados los pendientes realmente podía dedicarse a lo que más disfrutaba. Edmundo tenía 21 años y estudiaba Ingeniería en Comedia en el Tecnológico de Coyoacán (una de las universidades más prestigiosas del país), tenía varios amigos y era alguien muy inquieto. Todos lo identificaban como alguien de mucha energía que no se podía quedar quieto; era alto, flaco, miope y bastante torpe. Era curioso, él lo sabía pero la realidad lo acosaba. Desde hace unos años comenzó a notar como alguien lo acompañaba, cómo parecía que lo vigilaban y cuando estaba por fin libre de pendientes entonces llegaba terminar con ese precioso momento de ocio y crecimiento personal.

A pesar de su trauma y su costumbre de dramatizar lo que vivía Edmundo sufría de una enfermedad muy común y bastante medicada hoy en día. Lamentablemente se auto diagnosticó de aburrimiento. Trataba de medicarse como todos los demás, no entendía porque no servían los remedios tradicionales: un sillón, un casino, videojuegos, redes sociales, trabajo excesivo, dating apps… Todos saben que esos medicamentos son realmente más paliativos que curativos pero era lo normal, era costoso pagar un medicamento que curaría la enfermedad. Existía esta idea general en la que ese tipo de tratamiento era un lujo, muchos a pesar de tener el dinero no lo utilizaban para eso, sorpresivamente la población general caía en una ceguera selectiva, deciden ignorar la posibilidad de otra opción fuera de lo que los tenía anestesiados. Un tratamiento de receta de médico especializado en este tipo de enfermedades solía consistir en soluciones como un plan de lectura, un hobbie o un propósito, en tiempos de inflación y elecciones como hoy era imposible pensar en pagar eso, aún teniendo el dinero. Se tenía que pagar con tiempo y esa era una moneda difícil de conseguir, todos tenían un poder adquisitivo relativamente chico por todo lo que tienen que hacer, el trabajo no rendía para mantener una familia con tiempo y afectaba la calidad de vida en México. Ni se le ocurrió pensar cómo realmente fondear esos tratamientos; Edmundo especialmente sufrió esta enfermedad porque sabía que era difícil cambiar de actitud y conseguir el dinero necesario, era complicado cambiar esa mentalidad y prefería los cuidados paliativos, para eso siempre tenía cambio y era bastante barato.

Tanto tiempo pasó así que su carrera profesional comenzó a verse afectada y también sus relaciones personales. No entendía qué pasaba hasta que un día llegó un momento crítico de su enfermedad, se acercaba la muerte y tuvo un episodio de alucinación que él mismo relata a su psicólogo y quedó transcrito para mostrar evidencias médicas del primer caso de aburrimiento terminal. Así decía el informe del psicólogo:

Edmundo comenzó su relato comentando que estaba sólo en la universidad en una clase de risas avanzadas donde después de varios intentos no podía reír, los ejercicios que realizaba eran simples pero había perdido la capacidad de hacerlo y sabía que tenía como compañero a Aburristo (así le llamaba a su enfermedad de aburrimiento crónico hasta ese momento), por lo que decidió salir del salón y caminar.

 Lo primero que hizo fue ir al baño a remojar su rostro, aclarar sus ideas y tratar de lidiar con Aburristo pero no paraba de seguirlo. Salió, tomó agua y cuando las nubes comenzaron a  ocultar el atardecer, estando solo en ese paseo por la universidad vió a alguien que no conocía fuera de clase. Le pareció algo raro ya que todos solían conocerse, y si no lo hacían las caras eran familiares pero esta vez no sabía como una persona como esa estaba en la universidad. Era un hombre, como de 1.7o metros de altura arrugado que caminaba despacio, parecía que había perdido algo pero no se veía preocupado o desconcertado; iba vestido como de otra época pero con muy mal gusto, era monocromático todo su atuendo, de un terrible café caqui gastado que lo hacía verse como libro gastado, como una enciclopedia nunca usada pero guardada por muchos años. Le produjo una gran impresión de alguien que quería ser elegante y no lo conseguía, no le apetecía realmente hablar con él pero el extraño se acercó y le cerró el paso y no tuvo otra opción que verlo de frente. Sus arrugas eran más marcadas de lo que podía ver de lejos y tenía un hedor a rancio. Por un instante pensó que podría saber de quién se trataba pero le parecía increíble hasta que pudo confirmarlo.

El extraño inició la conversación con una extraña pregunta – ¿No te parece sorprendente el silencio que hay en el patio? – Edmundo no quería responder pero su interlocutor demandaba con sus gestos una respuesta – Es curioso cómo la gente huye de eso… incluso tú ahora lo haces… – dijo al no recibir una respuesta. No podía creer que no había nadie más en el patio para sacarlo de esta incómoda situación y se limitó a responder con gestos de desdén evidente, ese sentimiento incómodo de no querer entablar una conversación. Pasó un sólo minuto en silencio pero con la mirada fija en Edmundo, por más que buscaba no había manera de salir de la situación en la que estaba por lo que decidió responder al anciano – Creo que a nadie le gusta estar sólo y por eso el silencio es incómodo, todos huimos por la misma razón – A lo que el anciano se limitó a responder volteando la mirada al ocaso – ¿Cuál es tu razón? – Por un lado se sintió el gran alivio que produce dejar de mantener el contacto visual con esa presión asfixiante, por otro lado le irritó bastante que quisiera separarlo como si él tuviera una razón propia, le molestaba pensar que existía algo que lo diferenciaba de los demás sabiendo que era algo tan común como beber agua. La pregunta lo mantuvo inquieto toda la conversación, en el instante siguiente el anciano se limitó a decir – Puede que tengas razón sabes… Quizá todos tienen el mismo problema y puede ser que el motivo sea bastante similar en cada persona pero sin duda, la forma de enfrentarse, de entenderlo es distinta y ahí está la diferencia entre los pocos y los muchos. Se siente una urgencia, unas prisas generalizadas que empujan a querer evitarlo, cubrirlo. Como una necesidad de querer ocultar algo, pero ¿de quién? ¿alguien realmente se fija en eso? puede que sólo se huya de uno mismo a fin de cuentas…–

Vió el reloj que había en el lugar y notó que habían pasado quince minutos desde que llegó. La misma inquietud que había sembrado el anciano lo hizo preguntar sin realmente querer encontrar una respuesta pero por pura curiosidad por la respuesta del anciano – ¿Cuál es su motivo? ¿Tú eres diferente a los demás? – sin girar respondió – No somos diferentes pero si hacemos cosas diferentes, en el silencio y la soledad yo busco vida mientras tú huyes, ante tu terrible enfermedad no buscas ahorrar sabiendo que podrías tener un verdadero tratamiento – Por los medios Cronómicos que tenía Edmundo podría tener uno de esos tratamientos pero por necedad no había realmente visto ni considerado ninguno. 

Entonces le dijo el anciano – La cabeza es como una casa con jardín, dentro debes tener varios muebles para estar cómodo y estar ocupado, ahí entran los tratamientos curativos. No se trata de saturar la casa con muebles de mal gusto sino de encontrar la decoración perfecta para ti, de alguna forma a lo que le dedicas tiempo es lo que hace tus muebles, la escuela, tus gustos, tu familia, tu interés y afición. Ahí donde tienes tu mirada, tu tesoro. Todo le da forma, la hace agradable para estar y para encontrar todo lo que tienes que encontrar, en caso de necesitar sacar de ahí cualquier cosa cuando estás solo. El jardín es más bonito porque puedes tener una terracería o un rosal, cada flor de ese jardín es un pensamiento o una metáfora que trabajas y cuidas habitualmente, es algo que puedes cortar y regalar a alguien más o disfrutar estando solo en casa, depende de ti lo cuidado que está ese jardín y las flores que crecen ahí. – No terminaba de entender pero seguía hablando y desarrollando su idea como si fuera algo que ambos necesitaban tener. – Cuidar un jardín es costoso, decorar bien la casa es difícil. Es incómodo, es más fácil recostarse en el jardín de otra persona sin preocuparse por el propio. Pero de la misma forma es cuestión de buscar un porqué más profundo. El más profundo que yo he visto se convierte en ¿para quién?... – 

Edmundo confirmó lo que pensó desde el inicio, el anciano estaba loco. Lamentablemente tuvo que regresar a su clase pensando que podría tener una alternativa aunque pensando que no era real lo que proponía el viejo. Ahí terminaba el informe del psicólogo, sin más explicaciones ni detalles. Sabía que era más difícil curar esa enfermedad que adornar una casa y cuidar un jardín. Pero sí pensó, de qué tamaño es mi casa y qué flores crezco. Ahí se dió cuenta de su verdadera pobreza y la gravedad de la enfermedad. En ese momento, su enfermedad se volvió terminal ya que dejó pasar mucho tiempo y perdió la idea en el aire del salón… No se supo mucho más de Edmundo, sabemos que fue atacado por varios ataques y tratado de recuperar con los mismos cuidados paliativos a los que llevaba sometido desde los 14 años. 

Fue un caso controversial ya que se usó para demostrar una nueva teoría acerca de la enfermedad de aburrimiento crónico. Algunos expertos de una nueva escuela de pensamiento médico afirman que no podemos clasificar al aburrimiento como una enfermedad sino como un estado o etapa como la adolescencia, que con el cuidado necesario lleva a la persona a crecer y encontrar una perspectiva que quizá no podía ver antes. Afirman que grandes genios han utilizado el aburrimiento a su favor para no sólo evitar una muerte de sobredosis paliativa de redes sociales, sino para formular preguntas que antes no hubieran tenido y parecen confundir con otras enfermedades comunes de la época. Aún es una opinión de un grupo muy chico por lo que no ha tomado suficiente fuerza para cambiar el estatus del aburrimiento de enfermedad a condición de crecimiento…

Y tú dime ¿Qué flores tienes en tu jardín? 

Me interesa tu opinión así que responde este correo…