Una corrida singular

La vida en el ruedo

A mis fieles lectores,

Después de algunos momentos de sólo ver oscuridad, de sentir la presión en el pecho y no tener claridad de qué es lo que tenía que hacer, Edmundo se decidió. 

Desde hace años, las personas buscan un significado a lo que hacen y un propósito en sus actividades que cambia bastante dependiendo específicamente de qué es lo que se hace. Al inicio parece que muchas de esas actividades se realizaban por necesidad, cada situación nueva nos obligaba a solucionar el problema que se presentaba ante nosotros. Si tenía hambre comía, si tenía sed bebía. La vida giraba alrededor de la necesidad y en eso consistía el propósito de la comunidad y del alma individual: sobrevivir. Conforme pasó el tiempo y la sociedad evolucionó, también lo hicieron nuestras capacidades, nuestras relaciones. Afloró en medio de un desierto de propósitos e intenciones el primer lirio que nos preguntaba a la cara ¿De dónde venimos? Desde esa pregunta nació todo lo que conocemos y de alguna forma nos persigue hoy ¿Qué es el hombre? ¿Para qué es el hombre? esa idea maestra que es el núcleo de cada persona y guía irresistiblemente el corazón y la mente de cada uno. Así, sin ver a alguien a los ojos descubres el alma de una persona. Eso es lo que siempre le dijo su abuelo y es lo que pensaba en cada decisión importante que tomaba. Edmundo no podía separarse de la pregunta ¿Quién soy?

Abrió los ojos. Nunca antes había tenido ese sentimiento a pesar de que ya había vivido la misma situación. Era curioso pero desde que decidió que su abuelo le enseñó lo que significaba enfrentar a un toro no podía dejar de ver el parecido de la realidad con una crisis. Antes de la corrida de ese día notó cómo todo empezaba a encajar, vió que era lo que representaba su encuentro con ese animal, cómo tantas horas de preparación lo llevaban a una realidad que era distinta a la teoría. Siempre había practicado el arte con un pequeño becerro, había realizado los mismo movimientos más de mil veces sabiendo que haciendo lo que tenía que hacer no habría más problema que engañar al toro. Pero ahora, encarando la realidad era distinto, el suelo temblando y los gritos de la plaza aceleraban su corazón de tal manera que ni en los sueños más reales pudo asimilar lo que sería la realidad. Ahora sólo quedaba el enfrentamiento, la crisis del momento. Toda la vida era así en cierto sentido y él lo sabía pero vivirlo es distinto que verlo o saberlo. En el centro del ruedo, el contrincante con la ventaja de conocer el camino, de saber las debilidades del oponente, de entender la forma real de vencer a la bestia; era más listo. En el chiquero, estaba la fuerza de un animal que actúa sólo por instinto, el oponente que no conoce a su rival y en ese sentido está en desventaja; era más fuerte. Era una lucha entre el corazón y el instinto, no era un encuentro casual sino que trascendía en cada persona, en cada situación. 

Detrás de su técnica y experiencia estaba la grandísima tradición que existe en la tauromaquía. La forma de convertir una actividad que desafía la muerte en un arte que los demás ven. En el ruedo se define la vida y la muerte de dos voluntades: la virtud y el libertinaje. Corazón vs instinto. Es la lucha por definir quienes somos, cada decisión que tomamos en cierto sentido son minutos de práctica de los movimientos que realizaremos en el ruedo, en el evento principal, en la crisis personal. ¿Es malo? Edmundo no pensaba que fuera bueno o malo sino que dependía de ese momento para descubrir su valor y decidir quién iba a triunfar; a pesar de las horas de práctica y de conocer al oponente, el toro era despiadado, no sólo no tendría piedad sino que acabaría rápido con la virtud que decidió construir. La mayor ventaja que él consideraba tener en ese duelo es sin duda a veces desconocida por algunos toreros, él es consciente de lo que está pasando, es consciente de lo que quiere y lo que busca. Siempre era algo bello enfrentar una bestia cuando triunfa la virtud del torero.

Avanzó por el pasillo que llevaba al ruedo sintiendo su corazón latir de tal manera que no pudo evitar preguntarse cómo había toreros que salían sin sopesar lo que implicaba la corrida. No podía escuchar el fragor de la plaza, no sentía el vibrar del piso, sólo tenía en su cabeza que del resultado de ese momento se definiría el curso siguiente de su vida. ¿Qué le habría dicho el toro si pudiera hablar? ¿Trataría realmente de dialogar? ¿Podrían convivir juntos? Era imposible pensar eso en una fiesta como la de San Fermín de 1803, era el auge de la tradición familiar y todos esperaban algo de él. Cualquier persona de su edad mataría por estar en su lugar con la oportunidad de enfrentar a ese toro, por abatir la fuerza del instinto con la virtud del corazón. 

Edmundo salió al ruedo y la crisis, o en retrospectiva su historia, inició. Lo que pasó después marcó quién era principalmente porque él decidió lo que hizo…

Nos toca a nosotros decidir si queremos ser el toro o el torero, decidir qué haremos en el ruedo…

Me interesa tu opinión así que responde este correo…