Una promesa

A mis fieles lectores:                                                             

Cuando alguien mira al cielo ¿qué espera encontrar? pasa lo mismo cuando miras el mar, la lluvia, el paisaje o las estrellas, alguien abre los ojos tratando de no sólo observar sino de ver más allá, pasar lo aparente y encontrar lo que hay en el futuro o recordar incluso el pasado. Es un efecto mágico, una puerta que abre aquello en lo que quizá no pensamos tan seguido pero que gracias a tener abierta esa puerta alguien recuerda.

Ahora creo que es un buen momento para darle vuelta a una idea sencilla, una palabra que realmente me gusta mucho y podría incluso conformar la identidad de alguien dependiendo que tan profunda sea la palabra. Esta palabra siempre está acompañada por una virtud que va más allá de lo que nosotros somos capaces de sostener. Explicaré a qué me refiero.

Empezaré por la palabra Recordar para llegar a la palabra que buscamos. Etimológicamente viene del prefijo Re- (Traer de vuelta) y Cordo (Corazón). Es regresar al corazón algo o alguien, especialmente alguien, es regresar algo que habíamos visto, pensado, querido o vivido a nuestra alma. Porque en el alma está el corazón. Cabe decir que si no tenemos cuidado el corazón abre sus puerta a todo aquel que toqué, hay que cuidarlo pero  al permitir que entren las cosas buenas uno percibe que vale la pena, nota algo distinto que lo hace vibrar. Uno puede recordar cosas que pasaron o cosas que dijo que pasaran, ambas giran alrededor de lo que llamamos como una Promesa.

La promesa es la palabra de la ilusión. La ilusión es la expresión del sueño. El sueño es la locura del alma. Cada alma derrama sus locuras que se llaman sueños y por venir directamente del alma parecieran estar despegados de la realidad, que vuelan sobre nuestras cabezas. Cuando bajan en forma de lluvia nace la ilusión, que es el rocío que se distingue en el alba de un rojo amanecer. Pero la promesa está impregnada por ese rocío y la hace crecer. La promesa es una semilla que nos hace preguntarnos qué tan grande será el árbol, el fruto, pero que si se cuida bien, crece de formas inesperadas pero siempre hermosas.

La promesa puede ser sobre el pasado pero tiene que verse con ojos en el futuro. Es un anclaje de algo que quieres que pase, es una tachuela en nuestro corcho que nos muestra lo que tienes que conseguir, lo que tienes que procurar. Se hace necesariamente a alguien esa promesa, ya sea a alguien más o a uno mismo. Nos compromete, nos exige; nos grita un deber para con la otra parte del trato, qué puedo ser yo mismo, que debe ser cumplido. Hay promesas nimias, hay promesas grandes y hay promesas integrales que necesitan abarcar todo lo que somos, que quieren arraigar en lo más profundo de nosotros. Esa es la verdadera importancia de la promesa porque si se piensa bien sólo existe una promesa y es la integral.

Acerca de las demás promesas uno debe verlas con cierto cariño, con profundo respeto por ser la palabra de alguien en juego, es apostar el nombre. Por eso una promesa rota es lo peor que puede existir, es un árbol seco, es falta de sustancia en el nombre. Fallar en confianza. Perder parte del alma de otra persona o de la propia por faltar a ese compromiso. Ahora, cumplir con una promesa por otra parte es una acción más grande qué sólo pagar una deuda, es conseguir coronar la palabra. se convierte en un lazo, en un vínculo del ser con la palabra.

Finalmente llegamos a la virtud que acompaña a la promesa, La Esperanza. Una promesa tiene que ser llevada de la mano por la esperanza. Todo lo involucrado a la promesa tiene que ser impregnado por la esperanza, si no está acompañado se puede romper fácilmente. Es lo último que prevalece incluso si todo lo demás está perdido. Sin ella la promesa tendría más deuda que alma. Por eso es importante tenerle cierto cariño incluso cuando parece que enfrentas un caso perdido. Siempre vale la pena luchar por los casos perdidos. Ahora pregúntate, porque todos tenemos promesas ¿Cuál es la promesa integral?

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